viernes, marzo 29, 2024
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Moby Dick y el gallego gobernador de San Borondón

En un primer artículo sobre «baleas galegas» cité como las ballenas más famosas de la historia a Moby Dick y la anónima que cobijó tres días al desobediente y malhumorado Jonás. También al monstruo que el céltico san Brandán confundió con una isla errante. En todos estos casos hay un vínculo con las tierras del poniente; con Galicia, con Iberia. En la primera parte de este trabajo traté el caso de Jonás, como se enroló en un barco que comerciaba con nuestra península y la vinculación del monstruo a la ruta ibérica (tartésica). Ahora voy a comentar los otros casos y nuestra hermandad.

No son pocas las historias de monstruos marinos y en una cultura ballenera como la del Cantábrico también quedó constancia en sus viejas crónicas de estos encuentros. Unas leyendas y otros casos reales, sucesos de marineros. En «Costa da Morte, crónica marítima» tengo tratado sobre una Moby Dick gallega presente en los relatos de navegantes devotos de la Virgen de Pastoriza, la ballena enfurecida que en la Navidad de 1700 abrió y trastornó el barco ballenero de Juan Vidal Canzelo de Caión. La virgen escuchó las plegarias de los temerosos náufragos, puso derecho el barco y reanudaron la caza.

En el caso de Moby Dick además de haber estado basada en las experiencias personales de Melville como marinero, la famosa novela está inspirada en dos casos reales. En ambos hay monstruos marinos en las costas del Pacífico hispano, leyendas de la Nueva Galicia con muchos marineros gallegos, bien en los últimos tiempos del virreinato bien en la nueva andadura de los países salidos de la emancipación.

Una es la epopeya del ballenero Essex, de Nantucket-Massachusetts, hundido por un cachalote en 1820. Los tripulantes vagaron por el Pacífico hasta la isla Henderson. 91 días después, fueron rescatados y desembarcados en Valparaíso (Chile). O el caso de un cachalote albino que merodeaba la isla Mocha (Chile) en 1839, al que llamaban Mocha Dick. El cachalote albino escapó de sus cazadores durante más de cuarenta años, y seguía llevando viejos arpones incrustados en su espalda. Atacaba furiosamente dando resoplidos que formaban una nube a su alrededor; embestía los barcos perforándolos y volcándolos, matando a los marineros que se atrevían a enfrentársele.

Por eso para matar a Mocha Dick se requirió la unión de distintos barcos balleneros de distintas nacionalidades, también con naves hispanas y marineros gallegos. En la cultura mapuche, existe el mito del Trempulcahue, cuatro ballenas que llevan las almas de los mapuches muertos hasta la isla Mocha para embarcarse en su viaje final, de ahí que tuviese un cierto halo telúrico, diabólico.

LA FABULOSA ISLA ERRANTE DE SAN BORONDON

Una de las islas atlánticas más buscadas de nuestra era fue la de San Borondón o San Brandán, de la que tengo tratado con mi recordado maestro José Filgueira Valverde. Pese a ser una criatura de leyenda, durante siglos fue procurada por la geografía marina, entre Islandia y las Canarias. Incluso tuvo un capitán general, de sangre gallega, como no.

Francisco Fernández de Lugo

El primer y único capitán general de la fabulosa isla de San Brandán no era otro que el sobrino del gallego conquistador de Tenerife y primer adelantado de las Canarias. Se llamaba Francisco Fernández de Lugo y fue regidor de La Palma y Tenerife de 1520 a 1540. Fernández de Lugo propone a la Cámara de Castilla en 1519 armar a su costa tres navíos para localizar una isla que se ve desde La Palma, «muchas veces se vee e devisa una ysla que se llama Sant Brandián», por ello se compromete a «arar la mar por espacio de un año, si fuese menester, hasta la hallar».

A cambio pide el título de capitán general de la conquista, el gobierno perpetuo de la isla, con salario y título anexo de alguacil mayor, el diez por ciento del oro y la plata y del producto de las correrías, el derecho de repartir tierras, reservando para sí el equivalente a dos ingenios de azúcar, una abadía de patronato real a fundar para su hijo y el derecho de nombrar regidores y escribanos. En fin, el monopolio de lo descubierto, como Colón. Pero la Cámara no puso ningún reparo, con algunos límites temporales a los nombramientos. No sabemos los meses o años que pasó buscando esa isla fabulosa, pero sí que hubo expediciones.

Años más tarde el explorador envió otra carta a la Cámara comunicando que «marineros a quien él fue encomendado y pagando para que la busquen» habían hallado la isla, «la tienen marcada y le darán aviso dónde está», por ello pedía con urgencia la confirmación de sus privilegios. El caso es que nunca más se supo del hallazgo ni hay mapa de tal hito. El capitán general, como indicó en su día Alejandro Cioranescu, sólo lo fue «sub conditione», con la condición expresa de hallarlas.

El monje irlandés san Brandán el Navegante (484-578), también llamado Breandán, Barandán, Borondón o Borombón («Samborondón» o «Samborombón») fue protagonista de uno de los relatos de viajes más famosos de la cultura gaélica medieval, relatado en la Navigatio Sancti Brendani, una obra redactada en torno al siglo X. Después de un largo viaje saliendo de Irlanda con otros monjes, recaló en un mar lleno de islas.

Los monjes celebraron una misa de resurrección en una isla que resultó ser una ballena, y ahí nació la leyenda de la isla errante en las aguas del Atlántico. En el mar céltico hay leyendas similares, de las que he tratado en mi último libro «O Camiño dos Faros». Navegantes de islarios fabulosos fueron Saint-Malo en Bretaña o san Amaro en España. Es la Isla Encubierta, Non Trubada, Encantada, Perdida, Aprositus, Inaccesible.

En el siglo XII Honorio de Autun hablaba de una isla situada en el océano Atlántico llamada Perdida, a la que habría llegado Brandán, pero que si se la buscaba no se encontraba. La cita san Anselmo. El mito bajó al sur, y se buscó su ubicación en las islas Canarias (España). Aparece en el planisferio de Hereford de 1290. De hecho en las islas guanches aún persiste una leyenda popular de una isla que aparece y desaparece desde hace varios siglos, bautizada como «isla de San Borondón«.

La sitúan en el extremo occidental del archipiélago, entre las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro. Durante los siglos XVI, XVII y XVIII se organizaron expediciones de exploración para descubrirla y conquistarla. Leonardo Torriani, ingeniero encargado por Felipe II de fortificar las islas Canarias a finales del siglo XVI, describe sus dimensiones y localización, aportando como prueba de su existencia las arribadas fortuitas de algunos marinos a lo largo del siglo XVI.

 


 

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