miércoles, mayo 14, 2025
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Dos heroicas marinas de la Armada ferrolana en el Siglo XVIII

Joseph Carlos de Mendoza y Hornoas fue un heroico marino de Ribadeo con siete años de navegaciones y combates en las Reales Armadas. El caso es que ni se llamaba Joseph ni era gallego. Se trataba de una mujer cántabra, Ignacia de Hornoas. Muchas mujeres en el pasado se enrolaron en barcos dedicados al corso pero también en navíos de las armadas de guerra, camufladas como hombres. Algunas fueron célebres piratas.

En España se dieron casos de mujeres soldado, algunos bien conocidos y otros muchos incógnitos. En la historia quedan los nombres de la primera almirante del Mar Océano española, la pontevedresa Isabel Barreto, o la infante de marina de la Real Armada Elena Nidonoch (irlandesa vecina de A Coruña) en el siglo XVII. Como lo fue Ana María de Soto en el siguiente. O las heroicas Teresa del Río e Ignacia Hornoas, enroladas como marinos (pasando todas por hombres) en barcos de la Real Armada en los navíos surtos en Ferrol San Carlos y Real Felipe desde 1740, luchando en el sitio de Tolón, la batalla del cabo Sicié (heridas, apresadas y rescatadas); comerciando entre Barcelona y Gijón o llevando armas para los rebeldes escoceses. Sobre ellas trataremos en este artículo.

Armadoras de tiempos idos fueron Juana de Pazos, Carmen Romero, Leonor de Flores. Desgraciadas célebres perdieron la vida en el Adelaida, Great Liverpool (Frances Dovell, Helen Archer), más suerte tuvo la camarera del City of Agra M. Bocker. Debemos citar a la pionera muradana de la fotografía Perpetua Malvárez, que retrató el Ariete. Y nombres encadenados en la leyenda dorada del mar son las ya mencionadas Annette Meakin o la desgraciada Kitty Smith, única mujer enterrada en el Cementerio de los Ingleses. En los barcos de la Armada borbónica en Ferrol se enrolaron dos peculiares marinos que antes hemos citado y sobre los que vamos a hablar.

Ignacia Josefa de Hornoas López

«A finales del año 1739, una chiquilla de once años, llamada Ignacia Josefa de Hornoas y López, natural de Castro Urdiales y huérfana de padre, era desterrada por la justicia de su villa natal. Aunque desconocemos los motivos, es probable se tratara de alguna falta al honor», así nos presentaba José Luis Casado Soto un curioso asunto, que sabemos no fue ni mucho menos único en este siglo. Tanto en la marina mercante, en la pesca, en el corso y la piratería, como en los barcos de guerra europeos hubo mujeres embarcadas. En la Real Armada, por supuesto, con nombre falso y pasando por hombres.

Ya en 1978, en el artículo «Dos mujeres en la Armada Española a mediados del siglo XVIII» Casado nos aportaba la historia de la cántabra Ignacia y de Teresa, otra camarada de armas vasca de similar biografía. Ignacia Josefa, posiblemente ayudada por algún familiar o amigo y necesitada de buscarse la vida siendo aún niña lejos de su hogar, decidió marchar al puerto más activo de la zona, Bilbao, en donde las demandas más grandes de personal en aquellas fechas se centraban en el rearme naval español, en los barcos de guerra del rey siempre faltos de marinería y envueltos ahora en guerras italianas.

Si alguien quería limpiar su pasado allí encontraba una vía, aunque la vida era muy dura y casi siempre breve. En la capital vasca nuestra chiquilla compró ropa de hombre y sentó plaza de grumete en la Armada de Felipe V bajo el nombre de José Carlos de Mendoza, alistada en una caja de reclutas de Algorta. Muchos niños trabajaban en los barcos en estos servicios, bastantes sacados de los hospicios y las calles.

Embarcando en el navío San Carlos

Un transporte militar la llevó a Santander, donde la embarcaron en el navío de 66 cañones San Carlos, construido en el Astillero de Guarnizo quince años antes y parte de una flota pertrechada para seguir la política de las monarquías borbónicas en el Mediterráneo en la Guerra de Sucesión Austriaca. Era su capitán don Joachin de la Sota y teniente Antonio de Cuadra. De Santander partió el San Carlos para Cádiz en compañía del resto de la flotilla; los navíos Real Felipe, Santa Ana, Santa Teresa y El Príncipe. Después de un año de permanencia en Cádiz, y tras realizar servicios de transporte militar en el San Carlos con Ceuta, fue incorporada Ignacia al Real Felipe con el destino de grumete mayor.

Era su capitán Don Juan de Olive, natural de Lequeitio, en la provincia de Guipúzcoa. Con trece años zarpó en el Real Felipe rumbo a Tolón. Era uno de los barcos más poderosos de la época, con 114 cañones, capitana de una escuadra de doce navíos. A causa del bloqueo de la escuadra inglesa permanece durante casi dos años en el puerto francés. Durante la larga estancia en Tolón, Ignacia descubrió que no era la única mujer entre la marinería, ya que «con ocasión de dormir juntos», reconoció que su compañero Pedro Berdejo, a la sazón gaviero mayor, también pertenecía a su sexo.

Arsenal Ferrol

Confidencias entre mujeres

Tras la sorpresa y la necesaria búsqueda de apoyo mutuo surgieron las confidencias. Ignacia así supo que Pedro se llamaba en realidad Teresa del Río, era natural de la vizcaína Orduña y llevaba ya seis años al servicio del rey en la mar. La estratégica y montañosa Orduña, paso lanero entre Alava y Burgos, es la única población de Vizcaya con título de ciudad (1467). Esta vocación arriera y comercial se consolidó en este siglo con la inauguración de su camino real que comunicaba Castilla con Bilbao. Una ruta propicia a conocer gentes y tratos, animarse a la aventura de cruzar sus montañas hacia el mar, como hizo la joven vasca. Las tropas españolas que luchaban en Italia necesitaban los pertrechos guardados en Tolon. Y aquella importante flotilla no podía permanecer inactiva para proseguir con este renovado empuje de España como potencia naval. Por el primer Pacto de Familia, acudió en auxilio de la escuadra española otra francesa.

El 19 de febrero de 1744 salió de Tolón la escuadra mixta; delante y en el centro la sección francesa, la española en la retaguardia. Las tres grandes flotas del mundo iban camino de un nuevo episodio bélico. Al paso de las islas Hyeres, donde fondeaba una poderosa escuadra inglesa de 32 navíos de línea, salió ésta en su persecución. La vanguardia y el centro inglés alcanzaron a la retaguardia española hacia el mediodía del día 22, logrando separarla de sus aliados. Los ingleses contaban con cuatro navíos más que la escuadra hispano-francesa. 13 de sus barcos eran de tres puentes, con 474 cañones de superioridad. Solo dos navíos de tres puentes navegaban con los aliados, uno de ellos la capitana española, orgullo de la flota combinada y objetivo primero de los rivales, con Ignacia y Teresa a bordo. Veamos más detalles de la refriega.

Batalla de Tolón

En la batalla de Tolón o batalla del cabo Sicié, en el marco de la guerra de sucesión austríaca, la armada combinada franco-española al mando de Juan José Navarro combatió contra la flota mediterránea británica bajo el mando del almirante Mathews, con un resultado indeciso. La flota francesa se componía de 17 navíos de línea y tres fragatas al mando del almirante Claude-Élisée de Court de La Bruyère, mientras que la española disponía de 12 navíos de línea.

La flota franco-española, como antes anotamos, zarpó de Tolón el 19 de febrero, navegando hacia el sur en una línea de batalla que se extendía a lo largo de seis millas, con 9 navíos franceses en la vanguardia, 6 franceses y 3 españoles en el centro, y 9 españoles en la retaguardia. De Court izó su insignia en el Terrible, de 74 cañones, mientras que Navarro lo hizo en el Real Felipe, de 114 cañones. La escuadra británica levó anclas al amanecer.

El día 21 los 30 navíos británicos al mando de Matthews navegaban al este de la flota franco-española, maniobrando hacia el suroeste buscando la proximidad a la línea de batalla aliada. La flota de Matthews constaba de 3 divisiones: una vanguardia de 9 navíos al mando del contraalmirante William Rowley, un centro de 10 navíos bajo su mando directo y una retaguardia de 13 navíos al mando del vicealmirante Richard Lestock. La mañana del 22 de febrero, esta última división había quedado distanciada al menos a 7 millas del grueso de la flota, dejando a Matthews en inferioridad numérica. Ambas flotas navegaron en paralelo, como marcaban los cánones; los aliados borbónicos al oeste y los británicos al este, estando los primeros algo más avanzados. De Court tenía orden de no atacar hasta que abrieran fuego los ingleses ya que formalmente no estaban en guerra con su país.

A los españoles les correspondía provocar a los albiones para dar pie a los franceses a intervenir en su defensa. Más fue Matthews quien dio la orden de ataque. A la una del mediodía, la vanguardia británica se batía con el centro francés y la división de Matthews hacía lo propio con la retaguardia al mando de Navarro. Cinco navíos españoles, el Brillante, el San Fernando, el Halcón, el Soberbio y el Santa Isabel, habían quedado rezagados de la retaguardia, dejando al Real Felipe con el apoyo de dos navíos, mientras otros tres seguían con los franceses. Una muestra de la mala dirección y diferencias en la flota aliada.

La vanguardia aliada se hallaba fuera de la lucha, trató de ganar el barlovento para doblar a la flota británica y ponerla bajo dos fuegos, pero lo evitó la maniobra de tres insubordinados capitanes británicos (los del Stirling Castle, el Warwick y el Nassau). Estos bravos marinos, en otra actuación para nada sorprendente en la Royal Navy en este siglo (Nelson será otro heroico díscolo), desobedeciendo órdenes mantuvieron sus posiciones y dieron a los ingleses la posición de ataque. Matthews, en el Namur, era apoyado por el Marlborough, que se cañoneaba con el español Santa Isabel, situado a popa del Real Felipe, y por el Norfolk, enfrentado al Constante.

El Oriente, el América y el Neptuno rehusaron la acción y abandonaron cobardemente su posición en la línea de batalla, dejando al Poder sólo enfrentándose a 4 navíos británicos, por ello causando su pérdida. Tras varias horas de combate, el Constante, puesto fuera de combate, también abandonó la línea. Desde el Real Felipe se dispararon varios cañonazos contra el navío para evitar su defección, pero fue en vano. El Norfolk, dañado en sus aparejos, no pudo perseguirlo. Lo mismo sucedió con el Hércules, que, severamente dañado, abandonó su posición, dejando al Real Felipe en solitario frente al Namur y al Marlborough. El Poder, vendiendo cara su piel de madera, todavía permanecía en su lugar, enfrentándose a varios navíos británicos que no se atrevían a darle la puntilla. Sí fue más arrojado el capitán Hawke, del Berwick. La primera salva del navío británico causó 20 muertos entre la tripulación del Poder y le desmontó varios cañones. 20 minutos después, el capitán Rodrigo de Urrutia se rendía.

El Real Felipe dejó al Namur y el Marlborough seriamente averiados. El Real Felipe quedó fuera de combate y prácticamente silenciado. Sus bajas ascendieron a 47 muertos, entre los cuales figuraba su capitán, Nicolás Gerardino, y 239 heridos, uno de ellos el almirante Navarro, con una actitud controvertida. Los británicos reconocieron su valor pero su segundo capitán y diversos oficiales lo acusan de abandonar el mando tras una herida leve.

Con el buque insignia español fuera de combate, Matthews ordenó preparar el brulote Ann Galley, para acabar con él; despachando los botes y pinazas de su división a remolcar al Marlborough fuera de la línea. A las cuatro en punto, cuando el Ann Galley comenzó a aproximarse al Real Felipe, dos o tres navíos españoles del grupo rezagado llegaron junto al insignia y concentraron el fuego de sus cañones sobre el brulote. Desde el Real Felipe se puso a la mar una lancha llena de hombres para interceptarlo. Cuando la lancha se encontraba próxima al Ann Galley, el oficial al mando del brulote disparó una pistola contra los españoles. La pólvora se prendió y la embarcación voló por los aires.

Viendo la difícil situación en la que se encontraban los españoles, De Court se dispuso a socorrerlos. El comandante francés se distanció de Rowley y se dirigió hacia el Real Felipe con sus barcos. Rowley ordenó a sus navíos continuar hostigando a los franceses para impedir que alcanzaran el centro británico, pero la maniobra francesa surtió efecto y el Real Felipe pudo escapar bajo la protección de los navíos de De Court, que lo llevaron a remolque.

A las cinco en punto los británicos se distanciaron para reorganizar sus fuerzas y, a medida que se acercaba la noche, ambas flotas se separaron hasta una distancia de seis millas. El Poder, desmantelado e incapaz de seguir al resto de los navíos británicos, fue represado por varios buques franceses. Al amanecer del día 23, la flota franco-española, reducida a 22 navíos efectivos, levó anclas y se dirigió al oeste perseguida por la flota de Matthews formando a la perfección una línea de batalla, mientras que españoles y franceses se retiraron desordenadamente divididos en dos agrupaciones según la nacionalidad de los navíos.

El español Hércules no fue apresado por los británicos gracias a la intervención de la escuadra francesa. El Poder hubo de ser quemado ante la posibilidad de su represa por la vanguardia de Lestock. Al día siguiente Matthews detuvo la persecución lo que salvó de ser apresado al San Felipe. Matthews llevó a reparar sus navíos a Mahón. Los navíos aliados fueron llegando a diversos puertos españoles, la mayoría de ellos a Cartagena. Así concluimos que el Hércules y el Real Felipe se salvaron por la intervención del almirante francés.

IGNACIA Y TERESA

La acción del inglés se concentró sobre todo en la capitana española, el Real Felipe, donde bregaban Ignacia y Teresa. El ataque de cinco navíos le dejó pronto· sin vergas ni velas, completamente desmantelado, pero sin frenar su defensa e infringiendo grandes daños a dos naves enemigas y de menor cuantía a otras tres. Los demás barcos españoles combatieron con valor, pero alguno se ausentó de la acción como buena parte de los galos, siendo el resultado la ruptura del bloqueo y en parte el abastecimiento del ejército de Italia. La escuadra aliada sufrió 149 muertos, 467 heridos, un navío incendiado antes de que fuera apresado y cinco con grandes daños.

El inglés resultó con diez navíos dañados, cuatro de ellos destrozados y un elevado número de bajas, mucho mayor que el rival, unas cifras que pueden dar una respuesta a quien resultó mejor parado pues no se puede hablar de victoria. 342 muertos, 800 heridos. Una buena parte de los historiadores hablan de unas tablas en el cómputo bélico, pero dentro de una victoria estratégica española, con ligero apoyo francés. Porque el peso principal lo soportaron los barcos españoles, no todos, dentro de una pobre estrategia y palpable división. Si la escuadra española no recibió severos daños fue en parte por la inacción de algunos mandos ingleses y porque en condiciones extremas algunos de nuestros capitanes se defendieron como jabatos con varios barcos que demostraron su buena construcción y potencia, tal el Real Felipe.

Pero, como suponía Fernández Duro, defenderse de una derrota no es una victoria. Sí tuvo resultados concretos favorables, supuso la apertura del bloqueo y por unos meses la retirada de la Armada británica de aquellos mares con el correspondiente (exagerado) efecto propagandístico. La Corte española, en cambio, estaba exultante. Una escuadra española que llevaba dos años bloqueada en un puerto francés había conseguido escapar y regresar a España. A pesar de su indisciplina y de recibir mayores daños, los españoles habían combatido con coraje y conseguido batir a sus adversarios británicos a un empate virtual. el historiador naval español Cesáreo Fernández Duro, juzga lo siguiente sobre la acción:

«En puridad, éstos [los navíos españoles] rechazaron á los enemigos; más no habiéndoles tomado ni destruido ninguna de sus naves, no habiéndolos causado mayor daño del que recibieron, no sabiendo maniobrar como ellos, mal podrían considerarse vencedores. Es evidente que cortaron la línea los ingleses porque se les consintió verificarlo; el hecho de combatir con tres á cinco navios á cada uno de los nuestros indica que se hallaban separados, esto es, que no guardaban ni mantenían tal línea, expuestos á igual suerte que en la batalla de Cabo Passaro. Si por dicha no quedaron destruidos, á más no alcanzó su acción, honrosa en verdad; pero resistir no es vencer».

Nos indica Casado que «En esta batalla fue herida dos veces Ignacia Josefa y hecha prisionera por los ingleses, con otros muchos marineros, que posteriormente represaron los franceses. Los marineros recuperados volvieron a los navíos de su destino, ella a la Capitana Real. Una vez en Cartagena, descubrieron su identidad al curarle las heridas, por lo que fue licenciada una vez restablecida, no obstante lo cual se respetó su deseo de seguir figurando con el nombre masculino en los papeles, lo que no deja de ser sorprendente para aquella época». En cubierta recibió un balazo de fusil en el muslo derecho, y cayó al agua, y al sacarla los ingleses le dieron un bayonetazo en el brazo derecho, cuyas cicatrices conservaba meses después. Esto da cuenta de la actuación heroica de nuestra brava marina y del aprecio que le tenían los superiores.

Empezaba una nueva fase de su vida, tras la dura experiencia en la tercera gran marina de guerra de la época, que empezaba su etapa de mayor gloria próxima a alcanzar el segundo escalafón mundial. En esta tesitura, su amiga Teresa del Río no la abandonó. Se aprecia algo más que una amistad en compañeras de cama y por los antecedentes de la primera. La vida les iba a deparar todavía muchas aventuras.

Teresa se licenció con ella, fueron a Barcelona, donde embarcaron en un mercante francés que hacía el tráfico de sal con los puertos del sur y del Cantábrico, con escalas gallegas y destino a Gijón. En este puerto seguro que por el consejo de algún viejo conocido de la Marina optan por enrolarse en un barco dedicado al contrabando de armas con destino a la levantisca Escocia, en rebeldía contra los ingleses con apoyo español.

El hecho es que entran a formar parte de nuevo del rol de un barco de guerra español, La Piscua, mandado por Joachin de la Sota, con quien Teresa había servido en el San Carlos, y que bien las conocía y amparaba. Atravesando la Bay of Biscay, tras seis días de navegación en demanda de Escocia, fueron descubiertos y perseguidos por cuatro barcos ingleses y apresados después de tres días de combate. Pasan dos meses encarceladas en un castillo inglés, hasta que logran ser canjeadas junto con sus compañeros y devueltas a San Sebastián.

Una vez allí decidieron volver a la Armada Real, necesitada de miles de brazos en el renovado impulso constructor naval y la larga lista de bajas de las guerras borbónicas, por lo que se encaminaron por la ruta costera hacia la activa base de Ferrol, convertida por Felipe V en capital departamental y uno de los mayores arsenales del mundo, pieza clave en la nueva política naval del ministro Ensenada desde 1743 en la proyección de «una verdadera base naval, compleja, integral» (J. Quintana González). Entre 1739 y 1748 la Armada pierde 50 buques, pero desde la Paz de Aquisgrán inicia una edad de oro que concluye en el desastre de Trafalgar. Los viejos mandos de las dos marinas, como vemos, las apreciaban, siempre estarían receptivos a ocultarlas y mantenerlas a su cargo.

Al pasar por Laredo alguien debió reconocer la condición de Ignacia, ya que hasta el Corregidor de las Cuatro Villas llegó «noticia que en esta villa Laredo andaba una persona forastera y se decía ser mujer, aunque disfrazada y vestida de hombre, sin saberse donde fuese ni la causa de haber venido a ella», por lo que, aquel mismo día, 3 de enero de 1746, mandó «poner dicha persona en la cárcel», comisionando· un regidor de la villa que le hiciera el interrogatorio pertinente para establecer responsabilidades. Este documento, cuyo original se halla en el Archivo del Museo Marítimo de Cantabria, fue transcrito por Casado y es la base de la noticia (Dos mujeres en la Armada Española a mediados del siglo XVIII. José Luis Casado Soto Institución Cultural de Cantabria. Anuario del Instituto de Estudios Marítimos Juan de la Cosa, 1978. Anuario vol. II).

La importante declaración

En la cárcel pública de esta villa de Laredo, a cuatro días del mes de enero de mil setecientos cuarenta y seis años, el señor don Francisco Antonio Vélez Cachupin y Orcasitas, en aceptación y cumplimiento, de la comisión que se le confiere por el auto que antecede, en testimonio de mí el escribano, habiendo encontrado en esta dicha cárcel a una persona presa, vestida en forma de hombre marinero, de la cual su merced tomó y recibió juramento por Dios Nuestro Señor y una señal de Cruz en forma de derecho: Y le hizo en debida forma, ofreció decir verdad de lo que supiere y le fuere preguntado. Y siéndole de qué sexo es, cómo ,se llama, dónde es natural, qué edad, oficio y estado tiene, y si sabe la causa de su prisión: Dijo que es mujer y se llama Ignacia Josefa de Homoas y López, que es natural de la villa de Castro de Urdiales, hija legítima de Francisco de Hornoas y María López, y que es de edad de dieciocho años poco más o menos. Y visto por su merced ser menor de veinticinco años, mandó que la referida nombre incontinente curador ad liten, para con su asistencia tomarle la declaración.

Y la referida nombró por su curador a Domingo de la Riva Rada, vecino desta villa, quien pareció ante su merced y mí el escribano y aceptó dicho oficio, y con su asistencia se le volvió a recibir juramento por Dios Nuestro Señor y una señal de Cruz, y le hizo en debida forma, y se le volvió a preguntar si es hombre o mujer, cómo se llama, dónde es natural, qué edad y oficio tiene, y si sabe la causa de su prisión: Dijo, con asistencia de su curador, ser mujer y llamarse Ignacia Josefa de

Homoas López, hija legítima de Francisco de Hornoas, difunto» y María López, vecinos de la villa de Castro de Urdiales, del muy noble y siempre señorio de Vizcaya y ser de edad de dieciocho años poco más o menos; y que su oficio, hace seis años poco más o menos, que ha sido servir a Su Majestad en sus Reales Armadas por marinero, vestida como lo está de hombre; y que no sabe la causa de su prisión, por no haber dado·motivo a ella.

Preguntósele diga y confiese en dónde tomó traje y vestido de hombre, el motivo y causa que tuvo para ello, y en qué navíos ha navegado, quiénes han comandado las escuadras, en qué funciones, reencuentros de guerra, se ha hallado y en qué puertos y provincias ha arribado: Dijo que con el motivo de haber salido, hace siete años poco más o menos, desterrada por la justicia de la villa de Castro, se fue a la villa de Bilbao, en donde compró calzones, chalecos, camisas, sombrero y todo lo demás de vestido de hombre, el que se vistió, y pasó del lugar de Algorta, en donde a la sazón había recluta de marineros, y sentó plaza de grumete, ajustando aquella campaña en treinta pesos, los que no recibió, y sí a cuenta alguna poca de ropa para su vestido, y le hizo papel de obligación de la restante cantidad Manuel del Valle, mayordomo contador que corría con la lista de marineros.

Y se embarcó en el navío de transporte que los condujo a la villa de Santander, en donde, el año de mil setecientos y cuarenta, según le parece, la embarcaron con otros muchos marineros, y por uno de los. grumetes, en el real navío nombrado San Carlos, su capitán don Joaquín de la Sota y teniente don Antonio de Cuadra. Y, habiendo salido dicho navío en compañía de los nombrados, Santa Ana, Santa Teresa, El Príncipe y La Real, fueron arribar al real arsenal de la Abadía de Cádiz, en donde se mantuvo la escuadra ocho meses. poco más o menos, y como estaba vestida en traje de marinero a las horas que lo permitían los jefes de la escuadra, la que declara con los demás marineros se paseaba en la ciudad de Cádiz y sus arrabales.

Y de dicho puerto, la que declara, en el referido navío San Carlos con el de Santa Teresa, pasaron al presidio de Ceuta, donde cargaron de pólvora que condujeron a Cartagena de Levante, y de allí, hecha la entrega de pólvora, se volvieron a dicha ciudad de Cádiz a incorporarse con los demás navíos; y a la que declara destinaron por grumete mayor a la Capitana Real, su capitán don Juan de Olive, natural de Lequeitio, en la provincia de Guipúzcoa. Y salió la escuadra, compuesta de doce navíos, del puerto de Cádiz, y fueron en derechura a Tolón de Francia, en donde se incorporaron con otra escuadra francesa, compuesta de once navíos, y se mantuvieron dos años poco más o menos dichas dos escuadras en Tolón.

Y habiendo salido de dicho puerto, a dos leguas de distancia se encontraron con la Armada de los ingleses, compuesta de cuarenta y dos navíos, en donde hubo una sangrienta batalla que duró tres días con sus noches, y la que declara, como se hallaba en la plaza de grumete mayor, divertida en las maniobras de su cargo, le dieron un balazo de fusil en el muslo derecho, y cayó a el agua, y al tiempo de sacarle de ella, los ingleses le dieron un bayonetazo en el brazo derecho, cuyas cicatrices se manifiestan. Y habiendo los ingleses aprisionado a la que declara, con otros muchos marineros, luego la escuadra de Francia los restauró, y volvieron cada uno de los. marineros a los navíos de su destino, como a la declarante a la Capitana Real.

Y después de la función habiéndose separado los navíos, la Capitana con otros dos arribó a Cartagena de Levante, en donde, al tiempo de curar las heridas a la declarante, conocieron ser mujer, y después de restablecida y curada le dieron pasaporte y licencia formal para que se retirase del real servicio y acudiese a la villa y corte de Madrid, y le pusieron en el pasaporte, a su súplica, el nombre y apellido de Joseph Carlos de Mendoza y Hornoas que es el mismo que se puso al tiempo que se vistió de hombre, habiéndose alistado por natural de Ribadeo. Y con la licencia y pasaporte que deja dicho se vino a Barcelona y embarcó en un navío francés del transporte cargado de sal, que la condujo al puerto de Gijón, desde donde pasó a La Graña, y se entró en el navío nombrado La Piscua, su capitán don Joachin de la Sota, y salieron de dicho puerto, la declarante con plaza de grumete, y pasaron al reino de Escocia a conducir armas, y a los seis días que salieron del puerto de La Graña, sin llegar a Escocia, encontraron dos navíos de guerra y dos manuales ingleses, con los que tuvieron tres días de combate, y los aprisionaron y llevaron a Londres, en donde estuvieron en un castillo dos meses. Y desde allí, en el navío cange, condujeron a la declarante y otros marineros a la ciudad de San Sebastián, de donde por la costa, llevaba el rumbo· y viaje al puerto del Ferrol, para volverse a embarcar y servir a Su Magestad en sus reales navíos.

Y la prendieron en esta villa por no traer el pasaporte, a causa de antes de ayer que se contaron dos del corriente, que se separó de Pedro Berdejo, que así se puso por nombre otra mujer llamada Teresa del Río, natural de la ciudad de Orduña, que hace diez años ha estado sirviendo a Su Magestad con plaza de gaviero mayor, y en compañía de la declarante cuatro años poco más o menos y luego se manifestaron una a otra ser mujeres, con la ocasión de dormir juntas, la cual antes de ayer se quedó en el hospital del valle de Guriezo, porque la declarante le dijo que iba a ver una prima en el valle de Cayón, y que saliese al Puente de Arce, en donde esperaría la una a la otra para seguir su viaje al Ferrol y embarcarse de nuevo al real servicio. Y dicha Teresa lleva los papeles y pasaportes de la declarante y suyos. Aunque se le hicieron diferentes preguntas y repreguntas, al caso conducentes, a todas dijo que lo declarado, declarado·, y lo negado niega, y que lo que deja dicho es la verdad, so cargo del juramento fecho, en que se afirmó y ratificó. No lo firmó porque dijo no saber. Ratificóse en lo dicho habiéndosele va leer. Firmólo su procurador con su merced y en fe de todo· yo el escribano. Firmado: Franciso Antonio Vélez, Domingo de la Riva Rada.

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