En la revisión de protocolos notariales hemos hecho referencia a muchos siniestros marinos. Una de las causas se debía al mal estado de los barcos. El historiador vasco Aingeru de Zabala cita el caso en 1758 de uno de los bacaladeros que comerciaban con el País Vasco y Galicia, que acredita asimismo la presencia corsaria en nuestras aguas.
Un navío inglés, procedente de Salem, La Diana, capitán Samuel Carlton, con destino a Bilbao, cargado entre otras cosas con bacalao expedido por Samuel Gradener y Consortes, tuvo que entrar por miedo a los corsarios en A Coruña, donde transbordó los 1.160 quintales gallegos de bacalao al patache coruñés de Domingo Suárez, quien se hizo a la mar el 29 de diciembre con buen tiempo y viento favorable. Al día siguiente un cambio de viento les obligó a tomar alta mar a la altura de Ortegal donde se mantuvieron de cuatro a cinco días sin poder seguir su rumbo.
Dado el estado del barco y sospechando problemas accionaron la bomba de achique y encontraron que la embarcación hacía bastante agua, lo que les indujo a entrar en Ferrol.

Allí, entre calafatear de nuevo y esperar al buen tiempo, pasaron veinte días. Cuando el clima fue favorable salieron hacia Bilbao, pero antes de llegar, un nuevo temporal les rompió la bomba y para poder reconocer la embarcación tuvieron que abrir la escotilla, arrojar al mar una considerable porción de la carga y alijar la restante, operación que duró más de cuatro horas y que les permitió comprobar que hacían mucha agua, por lo que se vieron obligados a llegarse a Castro Urdiales mientras achicaban con baldes. Informado el empresario que recibía la carga, Gardoqui, envió a un hijo suyo al puerto castreño, quien compró una bomba nueva y, al tiempo que se practicaba un nuevo calafateado parcial, encargó que la pusieran y, por último, contrató a un práctico de la ría bilbaína, al piloto leman de Santurce, Juan de Montellano, para que ayudara al gallego Suárez en la conducción de la carga a Bilbao.
Con el buen tiempo, y a eso de las dos de la mañana, salieron del puerto con el propósito de entrar a la bahía de Portugalete con marea favorable, pero al no llegar a tiempo tuvieron que fondear y pasar así la noche; a eso de las diez de la mañana vieron cómo otro patache conseguía pasar la barra, por lo que se animaron a hacer al piloto mayor la señal de que intentarían pasar dicha barra, para lo que abandonaron el ancla y se encaminaron en derechura a la ría, pero llegados cerca de ella, el piloto mayor les hizo una señal para que se retiraran, pues había cambiado el viento; procuraron virar a la banda de fuera, pero no pudieron conseguirlo y ante el claro riesgo de varar abandonaron el patache que fue a empotrarse en la arena mientras una lancha de Algorta salvaba a los seis hombres de su tripulación, al maestre y al ·piloto leman.
Un viaje corriente, sin excesiva carga para un patache (el Santo Xto. del Buen Viaje, había transportado cerca de 1.300 qs. de hierro, además al final del viaje habían arrojado una parte considerable al agua, más de 500 qs. calcularon), resultó innecesariamente largo y accidentado «por causa de una embarcación en mal estado, que hubo que calafatear dos veces, lenta de maniobra, ya que ni llegó a la marea, ni fue capaz de evitar el naufragio; de hecho, en el inventario del naufragio se indica que algunas de sus velas eran inservibles y hay que tener en cuenta que varó, no se hundió» reconoce Aingeru de Zabala. Las acusaciones ante el corregidor de averías en los cargamentos por vetustez de las embarcaciones, sean de la clase que fueran, eran frecuentes. (A.D.V. Sección Corregimiento 1324 nº 34 año 1758).
