viernes, diciembre 13, 2024
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Un heroico vasco, el capitán Amézaga del Bonifaz

El naufragio del petrolero español Bonifaz en julio de 1964 en Fisterra es una de las grandes tragedias de la última parte del siglo pasado en nuestra costa. Fue recordada en 2014 de nuevo en Fisterra por familiares de las víctimas. Hoy queremos reivindicar la figura de su capitán, en entredicho tras el consejo posterior al siniestro, como le pasa a muchos entrenadores de fútbol a los que no les acompañan los resultados, o pierden una gran final.

El Bonifaz construido en Cádiz en 1959 pertenecía a la Naviera de Castilla, de Santander. El petrolero contaba con 172 metros de eslora y 12.942 toneladas de registro, y estaba propulsado por un motor de 7.380 caballos y una hélice. Durante una travesía desde A Coruña hasta Cartagena, en lastre y desgasificado sus tanques, hacia las diez de la noche del 3 de julio de 1964, a unas nueve millas al oeste del cabo Finisterre, con buena mar pero cerrado en niebla, colisionó con el petrolero francés Fabiola, construido en Dunquerque, en 1959. Tenía 235 metros de eslora y 32.125 toneladas de registro, y estaba propulsado por dos motores de 11.250 caballos y dos hélices. Cargado con petróleo crudo, se dirigía a Le Havre.

La embestida del Bonifaz

La sentencia del tribunal inglés reconoce que, por sendos errores humanos, ambos buques fueron culpables de la embestida del Bonifaz, que rompió los tanques del Fabiola y causó el derrame de petróleo al mar. Unos tanques que se incendiaron como consecuencia de las chispas producidas. Las llamas enseguida comen gran parte del Bonifaz, incluyendo los camarotes de popa donde descansaban muchos de los tripulantes. El gas contenido en sus tanques empezó a explotar, rompe su casco y provoca la inundación y el rápido naufragio.

Parte de la tripulación pudo salvarse en dos botes salvavidas, llevando varios heridos y quemados, más cuatro de las seis mujeres que navegaban como familiares acompañantes. El capitán Amézaga se arrojó al mar en último lugar, precedido por el radiotelegrafista y un marinero. El Fabiola desapareció del lugar -llegó averiado a su destino el día 7-, y los náufragos fueron recogidos y trasladados a Vigo por el Setas y el Sloman Málaga, a excepción de tres, que fueron trasbordados al destructor José Luis Díez. El siniestro supuso la muerte de 5 personas y la desaparición de otras 20.

El investigador Sabino Laucirica, capitán de la Marina Mercante, casi seis décadas después, quiere limpiar el honor del capitán vasco José Miguel Amezaga, patrón del Bonifaz y descendiente de una gloriosa saga de marinos de Plencia, la capital cántabra de los grandes patrones. Según nos informa Sabino, José Miguel Amézaga Bilbao era hijo, nieto y bisnieto de una larga saga de capitanes vascos. «La gloria que nunca se le atribuyó se la llevó a mejor vida un día del mes de mayo del 2001, pero su legado y honor vieron la luz tan sólo un mes más tarde de su fallecimiento con un libro del historiador y periodista Francisco García Novell, que relata uno de los mayores ejemplos de heroicidad de la marina vasca. Esta es la historia del último capitán Amézaga», recuerda Sabino. El libro se titula «Donde se pone el resplandor del sol»

Hace dos siglos Casto Amézaga Arana mandaba el bergantín Genoveva. «Vivió temporales, epidemias y el acoso de piratas que forjaron en su ADN una inquebrantable pasión por el mar. Sus hijos, Gregorio, Dionisio y Antolín, envenenados por la vocación, siguieron su estela. Igual que su nieto, José, que prendió a fuego y sangre el olor de salitre en su hijo, José Miguel» indica el autor vasco.

Este último nació y creció en Palencia junto a su madre, Basilisa, viendo ir y venir a su padre en los buques de los Altos Hornos. Se embarcó por primera vez con 18 años a bordo del Zorroza, primer buque-tanque español, de los astilleros Euskalduna. En este barco, Amézaga vivió duras odiseas. Como la del último mes de 1941 en el Golfo de Venezuela, donde permanecieron fondeados por la II Guerra Mundial. Ocho largos meses sin apenas víveres y acechantes submarinos alemanes. «La experiencia le sirvió para licenciarse como capitán. Tras veinte años, fue destinado al petrolero Bonifaz, al que Amézaga amaba como su propia casa. Sería este buque el que marcaría su vida para siempre» recalca Laucirica, quien nos aporta su visión del siniestro que marcó la vida del viejo patrón:

El siniestro del Bonifaz

El 3 de julio de 1964, el Bonifaz abandonó el puerto de La Coruña rumbo sur. Al llegar la noche, el mar se cerró en niebla y Amézaga redujo la velocidad. El radar señaló entonces un buque de mayor envergadura, que se acercaba en sentido opuesto y por la amura de babor. Era el Fabiola, de bandera francesa. El petrolero español se abrió a estribor, pero el navío galo no interpretó la maniobra y, en medio de la noche y con un gran temporal, siguió su rumbo. Los petroleros chocaron a nueve millas de la costa de Finisterre y veinticinco vidas se perdieron en el barco español, víctimas de las explosiones de los depósitos de petróleo y del fuego desatado a bordo.

Con el navío condenado, Amézaga dio la señal de socorro. Los oficiales y los supervivientes arriaron los botes y huyeron de la muerte. Daniel Gómez, telegrafista, y Gabriel Torrente, marinero, decidieron quedarse con el capitán pese a su orden de que todos abandonaran el buque. Torrente fue conciso y directo: «Capitán, yo quiero morir con usted». Y aferrados a la barandilla del puente de mando, se quedaron esperando a lo que ocurriese, le relataba con ojos llorosos Amézaga al autor del libro unos meses antes de su muerte.

Cuando el agua les llegaba al cuello, el barco desapareció en el océano, y los tres hombres quedaron a merced de las frías aguas del Atlántico. Finalmente fueron encontrados y rescatados. Habían cumplido con su deber, pero la catástrofe desató un conflicto internacional. Un tribunal británico culpó al barco español y Amézaga fue señalado como el responsable de las vidas que se ahogaron con el Bonifaz. Se había encontrado sólo en Londres, sin el suficiente apoyo de los armadores, la Naviera de Castilla, sin dominar el inglés y cargado de su timidez innata. Sin embargo, investigaciones posteriores revelaron que el buque que capitaneaba Amézaga respetó la norma universal de marina por la que, «en caso de barcos a rumbo encontrado, ambos deben virar a estribor para evitar la colisión», explica en su libro García Novell. José Miguel Amézaga no podrá leerlo, porque ya descansa para siempre en su villa natal de Plencia, con su honor a salvo y la memoria del Bonifaz siempre viva.

La Naviera de Castilla le restituye en su puesto y dos años más tarde cuando había descansado y pasados los lutos y los juicios le dio el mando de un buque gemelo, el Piélagos. En él le acompañaron algunos de los supervivientes del naufragio: el 2º maquinista, Perfecto Fontán, el bombero, Nicolás Guernica, el marinero, Antonio Fernández… Yo tuve el honor de acompañarle, como Agregado, hicimos juntos el viaje desde Plencia hasta Málaga, fue mi primer barco, un gran barco. Guardo entre mis mejores recuerdos su memoria y la de José Miguel Amézaga Bilbao, mi querido capitán. José Miguel Amézaga consiguió limpiar su nombre a pesar de la condena de un tribunal británico por el hundimiento del Bonifaz.

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