Segunda parte del reportaje Malpica en el viaje de Cosme de Médici
A Magalotti le sobrará tiempo en la estancia coruñesa para sus anotaciones, lo mismo que hacen los otros apuntadores en sus libros de memoria (Corsini, Ciuti, Gornia), que dejarán apostillas novedosas en el trayecto gallego aparte de la literatura oficial.
Y el cronista principal lo hace de forma certera, con precisión detallada de escribano, tanto en los asientos geográficos como en los relativos a recoger los cargos civiles, militares y religiosos de la ciudad, sus edificios, las milicias y defensas. No se hace este servicio sin asistentes, sin la visita personal a la fuente, con el apoyo de aparato documental y bibliográfico. Labores para las que cuenta con el impagable apoyo del minister Castiglione.
Anota la agenda pública diaria del príncipe, con muchos espacios en blanco en donde (al parecer) el jefe no sale por el mal tiempo, queda en su refugio en animada y fértil tertulia con su consejo y los cargos locales que lo visitan: el presidente de la Audiencia Provincial Juan Pardo Monzón, caballero de Santiago; el Alguacil Mayor del Reino, Andrés de Andrade.
El Intendente General del Reino y Proveedor de la Armada Pedro Vázquez Torrero. Una conversación privada que no puede pasar desapercibida para un curioso y erudito geógrafo es la del rico noble indiano Diego Bolaño y Castro; gallego nacido en Nueva Granada, donde conservaba una abundante ganadería (San Pedro de Leiva, Colombia), y navegante en varias ocasiones en los viajes de ida y vuelta al Caribe. No dejo de pensar en las preguntas del príncipe y las respuestas del retornado, la atención y sorpresa del florentino ante las novedades y maravillas de aquel inmenso y variado continente cuyas riquezas seguían en su mayor parte en manos españolas.
Bolaño es hombre de guerra; señor de Torés, Parga, A Pobra do Caramiñal; casado con Antonia de Taboada (gran casa noble, dueña de las torres de Cereixo), ambos enterrados en el convento coruñés de Santo Domingo. Los Bolaño se creen descendientes de la legendaria Reina Lupa, y por ello lucen cinco vieiras en su escudo.
Mientras el cronista va anotando las visitas del príncipe, mira el cielo, en espera de un cambio de viento que favorezca el viaje a las islas; «por la tarde el viento ya soplaba del norte», acota conciso el día once tras la tertulia del indiano cartagenero. Es suficiente el breve apunte. Se va el vendaval, el nordés limpia los cielos. Llegarán las naves del rey, la partida presta.
El príncipe da largos paseos por la ciudad y sus alrededores. No falta a la devoción diaria en varios templos, a la visita a palacios y fuertes. A la famosa torre de Hércules, que pese al conocimiento de su aparato legendario el cronista concluye certero que «es más verosímil la hipótesis de que sea obra de romanos» en tiempos de Julio César o Augusto.
Desde atalayas como el monte de San Pedro o la Costa do Corgo de Oza el príncipe podía contemplar el seno ártabro, la península que da asiento a la ciudad barroca con la torre-faro como un palo trinquete en su proa, pero también las costas de Caión y Malpica.
De hecho los pescadores de ambas poblaciones gozan de jurisdicción hasta punta Langosteira y pescan hasta el Prior, desde los promontorios tanto el príncipe como sus cronistas pueden observar sus faenas, ver sus descargas en el muelle, uno de los puntos de visita de la comitiva. Carretos de Malpica suben a Sada y Betanzos, sus dornas y chalupas ejercen de boteros. La información que recaba Magalotti sobre la pesca y los puertos del Golfo Ártabro es de primera mano. De estas excursiones por el alfoz de la ciudad tenemos constancia gráfica en las acuarelas de Baldi, sus amplias panorámicas.
Una de las mejores vistas antiguas de A Coruña desde las alturas de los montes de Elviña recoge su interpretación de la bahía: la península coruñesa (con los fuertes de San Antón, San Diego y Santa Cruz; las murallas, la torre), el trazado del golfo con la concha del Orzán y las costas de Oleiros hasta la punta de Dexo, el camino real por el Burgo a Santiago.
El pintor quiere destacar las cualidades de la ciudad como buen puerto y plaza bien defendida. El recurso a la acuarela permite un trazo ágil y rápido, pero es un autor preciso, minucioso en el detalle y además arquitecto de grandes obras públicas. En general en este viaje el toscano trabaja con tomas al natural que finaliza en su taller florentino, buscando elementos distintivos de cada población.
Sus panorámicas a la aguada sepia requieren el esfuerzo del traslado con su equipo a las alturas por carreiros imposibles y los toxos citados en el periplo gallego (por haberlos sufrido en las piernas del camino inglés, en Ordes y Carral) para contemplar la urbe y la trama costera en la distancia. Baldi desde joven disfruta del mecenazgo del gran duque, su señor natural, padre de Cosme; había sido alumno de Franceschini y lo fue de Bernini (recomendado por Fernando II de Médicis), siguiendo el canon barroco.
No dejamos de destacar la labor de indagación y trabajo de campo de Magalotti y los demás analistas. Su querencia por la geografía costera y los recursos del mar. El escritor resume el objetivo de la acuarela de Baldi, ambos trabajan en consuno, explica que A Coruña tiene «cierta fama debido a su ubicación, la costa septentrional de España que comienza en el cabo de Malpica y en el cabo Prior». Desde lo alto procuran la mayor porción de paisaje sin difuminar la referencia urbana.
Creo que Magalotti no desaprovechó la ocasión para acercarse a los puertos cercanos a la ciudad, a las costas de Caión y Malpica, por supuesto trató a pescadores y mercaderes bergantiñanos (pues fueron continuos sus acercamientos a los muelles, a la Pescadería en donde éstos no faltaban), conferencia con cargos locales y con la colonia italiana que sabemos estaba presente en la capital del reino. Antes del viaje se requiere una labor de preparación, de intendencia. Sabe, porque se informa, que la provincia coruñesa llega hasta las costas de Malpica, tierra del arzobispo y de Santiago; no es baladí que destaque sobre todos este puerto y la caza de ballenas.
En este siglo más en manos de balleneros locales que foráneos, pese a algunas nuevas iniciativas en Laxe o Camelle. Un erudito tan curioso y aficionado al coleccionismo como el Médicis no perdería la ocasión de visitar una atalaya en busca de la vista de los enormes cetáceos que ahora capturan sobre todo caioneses y malpicanos. Quizás recibe alguna pieza de un monstruo marino. El caso es que en la relación el cronista oficial realza de forma singular Malpica y por ello lo tengo entre los peregrinos al Finisterre. Esa Costa da Morte atisbada desde los promontorios ártabros, los montes de Arteixo, posiblemente objeto de una visita de una partida del extenso equipo con el inquieto Magalotti al frente, en esos doce días de espera herculinos. Uno de los párrafos que cierran el periplo gallego del prócer es esclarecedor:
«Entre todos los puertos ya mencionados, el de más fama es el de Malpica por la pesca de ballenas que llegan desde el norte, desde los mares de Noruega y Groenlandia hasta estas costas. En el tiempo de la ballena la gente está situada en un lugar elevado para divisarla ya desde lejos, pues se reconoce enseguida por su lomo y por el chorro de agua que echa por él y que avisa a los pescadores que se juntan con barcos provistos de cuerdas, de arpones y de otros utensilios necesarios avanzando al encuentro de la ballena, y cuando están a una distancia razonable le lanzan sus arpones al lomo, y luego aflojan la cuerda hasta que la ballena debilitada por la pérdida de sangre y por la agitación, desista, y luego recogiendo la cuerda la conducen a donde quieren. Cada vez cogen más ballenas, de las que extraen la grasa que se emplea para hacer aceite y su lengua, que en ocasión llegó a pesar setenta arrobas».
El duque y sus cronistas aprecian el vino y el pescado gallegos. En el menú no pierde la ocasión el príncipe de probar los frutos del mar, en A Coruña y Santiago. A Cosme III de Médicis, amante de la buena mesa, el arzobispo compostelano (Ambrosio Spínola y Guzmán, hermano del noble y militar virrey de Valencia) obsequió en su visita con veinte cubos de ostras, aparte de una nutritiva provisión de lenguados y jamones.
Magalotti es más prosaico y diáfano en el balance de los recursos, pero certero en la búsqueda de «fonte limpa»; ofrece una visión de desmantelamiento de las pesquerías tradicionales gremiales asentadas en las villas costeras del arzobispado de Santiago.
Magalotti se asombra de que los habitantes de las rías no explotaran «la industria que está en relación con el mar, que con tantos brazos se adentra en la tierra y (que) podría por lo menos por la abundancia de la pesca y la cercanía de Setúbal, atraer de muchas partes de Europa muchísimo dinero». Algo que sí se trabajó en los siglos pasados y ahora decaía por las malas políticas del reino y la presión fiscal; noticias históricas que debió de conocer.
Magalotti dejó escrito: «Si pesca nei suori mari una quantità di pesce et ostriche, che serve per proivedere molti altri luoghi, che ne mancano, e particolarmente manda fuori un gran copia del salato». Describe la riqueza del país en vino y pescado, de cítricos (todos recursos de exportación marina), la buena ganadería y el fértil campo, las grandes posibilidades de un reino en el bucle de la desidia; destacando la abundancia de tráfico de carabelas y otras naves en sus numerosos puertos, sobre todo hacia Asturias y Vizcaya. Conoce como a Marín llegan barcos de Vizcaya y Francia que transportan vino. En la estancia en A Coruña ya vimos que hace recuento de todo lo que ve y sobre todo desde una mirada marina (como Baldi). Y lo que dejó secreto en su libro de memoria.
Fotos antigas de Malpica- Xurxo Alfeirán- Web do concello de Malpica