MALPICA EN EL VIAJE DE COSME DE MEDICI. 1669
Lorenzo Magalotti, cronista del viaje de la comitiva del príncipe Cosme de Médici a Santiago y A Coruña en 1669 nos dejó una serie de datos de gran valor, entre ellos la destacada referencia al puerto de Malpica.
Cósimo de Médici viene al mundo en Florencia en el ferragosto de 1642, atendido por el que fue durante cuarenta años médico de la casa, Charles de Lorme.
El galeno pasará a trabajar como médico jefe para los reyes de Francia desde 1650, alcanzando fama con el Rey Sol. Siendo el creador de un equipo de protección médico contra infecciones que incluía las mascarillas su nombre se ha puesto de nuevo al día al dar nombre a la Operación Delorme para destapar la presunta trama de cobro de comisiones irregulares durante la pandemia de 2020 de Koldo García, «consigliere» del entonces «mano destra» del presidente español. Residente en el bello palacio Pitti fue sexto duque entre 1670 y 1723, logrando tras la Guerra de Sucesión Española el reconocimiento de Su Altera Real El Serenísimo Gran Duque de Toscana. O sea, un trato honorífico de alteza real delante de cabezas coronadas, pese a su título ducal.
Sobre el curso odepórico jacobeo hay abundante bibliografía, al igual que el de otros ilustres transalpinos. El uso de barcos en algún tramo inscribe a la expedición entre los romeros del camino del mar. Nos queremos centrar en lo nuestro, el acercamiento a la realidad atlántica. Llega al Miño y al puente de Tuy desde Portugal (Lisboa, Oporto, Viana, Camiña) el 1 de marzo de 1669. Embarca en una lancha de remo y vela en Caminha que lo lleva a Tuy.
El viaje jacobeo de Cosme III de Médici
Célebre fue el viaje jacobeo en 1668 del gran señor Cosme III de Médici (nacido en 1642 y muerto en 1723), príncipe heredero del Gran Ducado de Toscana. No debemos obviar el peso de su significación cristiana, su deseo de visitar ese gran santuario europeo, aunque no se fija por el centro de la ambiciosa misión. Se suman razones personales, espíritu científico, curiosidad, política (diplomacia, espionaje, razones comerciales, aprendizaje).
El príncipe sabe que en breve tiene que asumir el trono de Florencia, un señorío en la esfera cultural y política francesa (pero con lazos de vasallaje con Austria) en una Italia dividida y ocupada; unos siglos de «ferro» como describen los nacionalistas del Risorgimento dos siglos después.
Se habla de su tedio vital, de sus viciosos hábitos a la sombra de su piedad; de las ansias de evasión, en la que no faltan la misoginia y beatería; el desagrado a una boda amañada con la princesa Margarita Luisa de Orleáns, prima del rey de Francia, demasiado abierta a la liberalidad, por ser suave y con mucha comprensión a la infeliz señora, que tras la boda arreglada por el cardenal Mazarino se ausenta de la corte para vivir en las bellas villas rurales del ducado hasta que logra abandonar a su esposo y recuperar la vida alegre parisina.
Una de sus escandalosas costumbres en el exilio francés era el de bañarse desnuda en el río, por lo que hoy la vemos como pionera del nude y biografía a recuperar. Ya sabemos como tratan los cronistas a las consortes (y reinas) que tienen que «aturar» a ciertas gracias.
En busca del Finisterre
El asunto es que tenemos a un Medici, nada menos, en busca del Finisterre. Gran casa que dio tres papas y dos reinas de Francia; apuntes de las plumas de Dante, Bocaccio y Shakespeare, o en «La quinta de Florencia» de Lope de Vega.
El es el heredero del Gran Ducado de Toscana (Florencia-Firenze), por lo tanto una pieza del juego de estrategias diplomáticas de la época dorada por los rayos del rey sol y plateada en el océano por la chispa de las estelas los barcos españoles e ingleses; un estricto católico con tendencia a una beatería que según los cronistas llegaba a veces a extremos patológicos.
La escuela cortesana florentina en nada envidia a la vaticana o la veneciana; ni el mecenazgo cultural de sus lumbreras. Abandona el príncipe a su culta, veleidosa y alegre esposa Margarita Luisa, acostumbrada al sarao y el lujo francés, por la devoción, las peregrinaciones y el canto religioso. Al lado, los escritores aprecian su vertiente científica, las ansias de viajar, su aprecio por los mapas y la geografía al amparo del nuevo impulso científico de los descubrimientos y las publicaciones derivadas.
Su viaje es una expedición científica en donde cumple anotar las curiosidades, dibujarlas, comprender, aprender y aprehender. Y entonces, como ahora, la información era poder. Su padre había protegido a Galileo, fue mecenas de las ciencias y las letras; él conoce en estos precisos viajes de preparación a Rembrandt, a Cristina de Suecia, Samuel Pepys, recibe elogios de la Royal Society.
Se rodea de una corte itinerante de filósofos, físicos, artistas; se hace retratar por Jan Frans van Douven, Giusto Sustermans. Al año de regresar de su viaje jacobeo, por la repentina muerte de su padre, hereda el cetro ducal. En los primeros años emprende reformas en la administración y las finanzas, pero enseguida se aburre de la empresa y muda a sus desvaríos de fanatismo religioso (antisemita, censor), herencia de una crianza en manos de su muy religiosa madre.
Reprende la prostitución, los desnudos artísticos (ya tenía una nudista en casa), la comedia, la vida licenciosa (ya lidiaba con su impúdica esposa y sus alegres saraos en Montmartre, con su hijo Fernando cogiendo la sífilis en sus orgías venecianas), a los omosessuali (pese a que su hijo Juan Gastón es un consumado y público frocio). Dicen los biógrafos que no goza de la caza, el teatro, la equitación ni las mujeres. En las pocas veces que se «arrejunta» con su esposa consuma su deber para con la descendencia de la estirpe (dos hijos y una hija).
En A Coruña
Sí atenderá a la querencia por la botánica, la atención a los jardines de sus villas al modo véneto, por el coleccionismo. Busca plantas y animales exóticos, defectuosos; reuniendo una variopinta colección natural y etnográfica en su famoso gabinete de curiosidades.
El católico Carlos II Estuardo lo encuentra en este viaje «muy alegre y fascinante»; en la corte de Versalles dirán que «habla muy bien de cualquier tema» y se interesa sobre todo por los tribunales y el derecho. Francia se siente el árbitro de la moda, la cultura y el protocolo. Inglaterra está cocinando una transformación del sistema político absolutista que desembocará en una revolución parlamentaria y constitucionalista desde 1688. Aunque, ya como gran duque y en el nuevo siglo, Cosme casará a sus tres hijos en las cortes alemanas. Su periplo le acerca a las naciones que conforman el centro del poder político y económico, el eje del mundo.
España sigue estando ahí: con los rescoldos de su Siglo de Oro, su inmensidad indiana y sus tercios en media Europa (media Italia), aunque llega exhausta y «mallada» al fin de siglo. El XVII fue ante todo un siglo español y francés, con el primer bailarín en declive y el segundo ascendiendo y marcando el paso.
Entra la comitiva de 70 personas el día 3 en Santiago, desde Padrón. Después de escuchar misa a primera hora del día 7, la comitiva se desplaza a A Coruña, adonde «llegan con tranquilidad para comer y con pésimo tiempo» al convento de San Francisco.
Permanecieron doce días, embarcaron con viento favorable hacia Inglaterra el 19 de marzo de 1669. Se sube entonces a una chalupa (tradicional embarcación de balleneros de Caión y Malpica) que lo transporta a una fragata inglesa.
Nos fijamos precisamente en esos doce días coruñeses. Angel Sánchez Rivero y Ángela Mariutti publicaron el relato del viaje por España y Portugal en 1933, recogiendo las láminas de Baldi y el texto de Magalotti, confrontando con los diarios de Ciuti, Gornia y Corsini. Atendieron a la correspondencia de Magalotti y el toscano residente en Madrid Vieri da Castiglioni.
Era éste delegado del gran duque y hermano de Dante da Castiglione, mayordomo de Cósimo durante su viaje. El diario resalta la gesta del duque en su extraordinaria ruta a la costa atlántica europea en un monumento literario que requiere el esfuerzo documental de un probado literato de la casa (Magalotti) y la colaboración de un gran pintor que ilumine los textos (Baldi).
El día 5 el escudero mayor del arzobispo compostelano le ofrece «un obsequio», alguna preciada regalía para la colección del príncipe que no debe comentarse. Localizan en la bahía coruñesa el día 7 dos naves de la Armada Española que reciben al noble séquito con disparos de cañón y estandartes enarbolados.
El día 8, con la colla ya instalada en el convento de San Francisco en A Coruña, el arzobispo mandará cuatro mulas de carga con abundantes provisiones para el viaje marino (jamones, confituras, frutas en conserva, muchas cajas de hielo).
El cronista nos explica que la jurisdicción espiritual de la mitra «se extiende por los alrededores a muchos lugares donde no llega su autoridad temporal, comprendiendo toda la región que llega hasta el cabo de Finisterre y por la otra parte a A Coruña y su comarca». Su alteza por una ventana ve como dos barcos pretenden entrar en Ferrol pero la tempestad se lo impide y vuelven a ser arrastrados mar adentro.
Ruta coruñesa de Médici
Es testigo de la fuerza del mar tenebroso de los antiguos, el temible finisterre galaico que cita el consejero, el mar de los celtas al que se tendrá que enfrentar, como Julio César y Claudio, camino de Britania. Como los malhadados barcos de Felipe II el pasado siglo.
Al día siguiente visita al alcalde, recibe a oficiales de dos barcos flamencos. Seguirá con sus tertulias y paseos. El día 12 no sale, pero conversa en casa con las visitas; el 13 pasea por la Pescadería. El 14 el príncipe visita los barcos en el muelle. Entraron dos embarcaciones flamencas de la Armada Española, un mercante y luego un navío de guerra inglés, al mando del capitán Thomas Foulis (Fool, de 38 años, cita Corsini), el compañero de la fragata que vendrá a buscar a su alteza. Actuaron de intérpretes el cónsul inglés en la ciudad (Philip Strafores) y un irlandés al servicio de su alteza.
El día 15 por la tarde llega la fragata Portland de 56 cañones y 150 hombres al mando del capitán John Naxt de Devon y del teniente Richard Griffith de Gales. Con ellos Thomas Platt, lenguajero enviado por el coronel Guasconi con órdenes del duque de York de asistir a su alteza. Sigue paseando esa jornada, va a la iglesia de Atocha, observa la nave almiranta de Flandes.
El 16 merodea por la torre de Hércules, revisa los preparativos del viaje. Parte el 18, y suben a bordo un tal Tovaglia, florentino nacido en Roma, y el consejero y secretario de estado del rey de Portugal, don Antonio de Sousa de Macedo. Pero entretanto su cronista principal y el pintor deben hacer su trabajo y éste denota sus traslados a varias millas fuera de la ciudad.
Además de la memoria de los actos del príncipe anotados por Magalotti, conocemos las imágenes de la urbe del pintor Baldi, testimonio de los puntos visitados en su búsqueda de una amplia vista panorámica, cuando el trazado urbano de la ciudad amurallada se ubicaba muy a desmano de las alturas requeridas por el artista y alejadas por tortuosos caminos de pie. En las dos láminas encontramos esos grandes galeones comerciales y de guerra atlánticos mentados en la memoria.
Uno en la parte interior del Orzán; dos en la bahía, hacia San Diego, con la proa enfilada a la salida por la isla de San Antón. Puede ser un icono alegórico rememorando los dos buques ingleses que llevaron al príncipe a Inglaterra. En caso de reproducir fielmente la visión del artista el trabajo pudo suceder antes del 14, cuando más barcos entran en la ensenada.